Resulta difícil definir qué cohesiona una nación, cómo se articula un conglomerado de comunidades diversas, si por un idioma en común o por una raza similar o sencillamente en virtud de un Estado que controla los medios de transporte y los de producción –el dinero– mediante el monopolio de la policía y el ejército.
Antes de la Revolución americana de 1776 con la cual nació la primera nación moderna, los Estados Unidos de América, y antes de la Revolución francesa de 1789, que derrocó las monarquías para imponer las repúblicas sustituyendo a los reyes por los presidentes (“elegidos democráticamente”), no había propiamente naciones.
México, por ejemplo, no era nación. Primero existió el Imperio mexica o azteca entre 1325 y 1521, para luego formar parte del Imperio español en calidad de virreinato hasta 1810. En México no había ciudadanos, sino súbditos del rey o del virrey. Para 1808, cuando la Revolución francesa se extendió a España con los ejércitos de Napoleón, se resquebrajó el Imperio hispánico y las antiguas colonias o virreinatos debieron convertirse en repúblicas o naciones. Pero fue y ha sido muy difícil construir una nación moderna latinoamericana. Pues, para ello, aún hace falta dignificar la vida colectiva.
El historiador y filósofo francés Ernst Renan dictó el 11 de marzo de 1882, en la Sorbona, una conferencia que se ha convertido en un texto clásico para entender justamente la pregunta que propone el título: “¿Qué es una nación?”. Para Renan, las naciones son términos nuevos en la historia. La antigüedad no conoció las naciones. Egipto, China, México-Tenochtitlán eran masas de personas lideradas por un Hijo del Sol o por un Hijo del Cielo. Allá no había ciudadanos sino súbditos de reinos municipales, de confederaciones de reinos y de imperios locales. Así se vivió hasta el fin del Imperio romano en la Alta Edad Media (476 d. C.), cuando las invasiones germánicas –también conocidas como «invasiones bárbaras»– comenzaron a introducir en el mundo el principio para la existencia de las nacionalidades. A diferencia de otros sistemas políticos de la antigüedad, en el sistema político de las tribus nórdicas y germánicas los líderes o gobernantes nunca fueran divinizados. Además, la estructura social de las tribus germánicas fue menos centralizada. Los reyes se distinguían por su capacidad guerrera para la batalla o por su sabiduría, pero nunca por su condición de dioses o divinidades. Las invasiones bárbaras o germánicas, al moverse del norte hacia el sur, introdujeron en la Europa mediterránea la formación de nuevos reinos y de entidades políticas que, con el tiempo, evolucionarían hacia lo que hoy podríamos considerar «naciones».
Según Renan, la unidad nacional se logra siempre mediante la brutalidad de la violencia. Es de notar que en alemán la palabra «violencia» (Gewalt) es la misma para Estado u autoridad. Dicho de forma más suave, la unidad nacional se logra mediante el monopolio de la violencia física legítima (en alemán suena más bonito, das Monopol legitimer physischer Gewaltsamkeit). A pesar de ser francés, Renan fue bastante crítico de la idea de nación francesa. Para 1882, cuando pronunció su conferencia “¿Qué es una nación?”, es de subrayar que Francia ya había sido derrotada por Alemania en desde 1870 en la llamada guerra francoprusiana. Esto significaba que la cultura dominante de Europa ya no era la francesa o latina (la de Roma) o mediterránea, sino que ya era la anglosajona-germana-protestante de los antiguos pueblos nórdicos. De hecho, según lo demostró Renan en otro ensayo, una de las causas del mal que padecía Francia era haber permanecido católica. La Reforma protestante, decretada hacia 1517 por el monje alemán Lutero, se fundó sobre la la interpretación libre de las Escrituras a partir de la traducción alemana de la Biblia. En otras palabras, el protestantismo es una consecuencia de la imprenta de Gutenberg de 1450.
Así pues, además de la
necesidad de monopolizar la violencia física legítima, la esencia de una nación
es que muchos individuos tengan la sensación común o la memoria colectiva de
“haber sufrido juntos”, pues el sufrimiento une más que la alegría. Una
comunidad del placer y del sufrimiento en donde todas las personas se alegran o
se entristecen a la vez por los mismos acontecimientos. Para Renan, dos cosas
constituyen una nación: 1) la posesión en común de un rico legado de recuerdos,
y 2) el deseo de vivir juntos, de perpetuar el valor de la herencia. La nación
es por lo tanto una sociedad a gran escala. Para mantenerse unida cada nación
debe recurrir a un plebiscito diario, a una afirmación constante de la vida y
de la muerte, mediante las noticias y los discursos políticos. Renan, pues, funda los estudios «sentipensantes» avant la lettre.
Nada más difícil que hablar de identidad nacional. Dos cosas en el universo no pueden ser absolutamente iguales. El principio de identidad es, dentro de la lógica matemática, una forma de pensamiento abstracto que ofrece un camino de entendimiento o comprensión, para algo que de otra manera sería incomprensible. Por lo tanto, hasta cierto punto una nación es una abstracción: no es algo lógico ni ontológico ni tampoco es un principio. Solo una regla para el uso de los símbolos. Es algo pragmático para la ordenación de un territorio, para el flujo de personas que viven y transitan por tal territorio. Por lo tanto, para que haya una nación, primero debe trazarse un mapa.
Terminemos por donde empezamos, para en el próximo post plantear identitariamente la dialéctica de tierra y mar.